viernes, 12 de mayo de 2017

El Gran Gatsby



Tarde de Champions con los deberes hechos. Parecía un trámite pero enfrente estaban los soldados del Cholo Simeone, un ejército que no hace prisioneros, un equipo incansable, que siempre se levanta y que volverá a estar en la élite europea el año que viene, salvo que el Cholo se marche. 
El Atleti había preparado bien la emboscada, ambiente hostil, césped seco -totalmente lícito- para que no circulara el balón con fluidez y millones de amperios en ese centro del campo. Gabi, Saúl y Koke parecían amedrentar a los blancos y llegó el colapso. Dos goles en apenas quince minutos alimentaban de esperanza a las gargantas del Calderón, que se resquebrajaban con la pasión desmedida que la batalla y sus soldados merecían. Grada y jugadores en comunión,  la eliminatoria en un pañuelo. 

Entonces apareció alguien que de batallas sabe un rato. A los seis años vivió la Guerra de los Balcanes y, con unas espinilleras de madera, se hizo un hombre, antes de tiempo, agrietando paredes con un balón en las calles de Zadar. Hablamos de Luka Modric, un frasco de Chanel Nº5, capitán de este ejército de flores de madera. El croata rajó el guión atlético, entregó la partitura a sus compañeros y trajo la batalla a su terreno. 

El cielo se tornaba gris y las nubes empezaban a secuestrar el Calderón. La noche se ponía fea, como la indumentaria del Madrid, que bien parece un traje de buzo o de surfero más que una camiseta de fútbol. Una equipación que desfavorece a cualquiera que la lleve puesta salvo que te llames Karim Benzema y tengas magia en tus entrañas. Algo así como los vestidos azabache en los toreros, si no eres Morante de la Puebla. Siempre denostado por la opinión pública y los poderes de facto que mueven los hilos, que no soportan su carácter indolente y aletargado, eso y que sea el niño mimado de Florentino. Karim leyó el partido como Modric y se descolgó al otro costado en varias ocasiones y en una de ésas surgió una jugada de las que quedan para la historia, como la de Redondo en Old Trafford. Recibió pegado a línea de fondo, ajustó la pajarita de su esmoquin, burló a 3 excelsos defensores en un palmo de terreno y se fue por la vereda de la puerta de atrás. Regó la hierba de torería y adornó este escenario barroco con su fútbol de etiqueta negra. La jugada pasó por Kroos, Oblak e Isco hasta que tocó la red, pero el foco se centró en el francés. Una instantánea única e irrepetible. Isco fue hacia él y le hizo una reverencia, la que hacíamos todos en casa, arrodillados a una pulgada del televisor. Estrella sus coches de alta gama, se mete en follones con mujeres y compañeros de selección, desaparece del campo durante fases intranscendentes de la temporada pero así es el Gran Gatsby del fútbol, una orgía de arte y elegancia. 


lunes, 1 de septiembre de 2014

Like a Rolling Stone




Agosto llegando a su ocaso y culebrones de verano como redundante escenario, jugadores que llegan y se van, después de llevar todo el verano copando las portadas de los rotativos amarillistas deportivos. Este año ha sido el culebrón Di María. La margarita dijo no y se fue entre pulgares hacia arriba y pulgares hacia abajo, mientras, ajeno al estereotipo de futbolista, Xabi Alonso ha vuelto a demostrar que poco o nada tiene que ver con todo lo que rodea al fútbol.

Este donostiarra de linaje, en su infancia, sentado sobre un Tango Rosario con las costuras descosidas, miraba al horizonte del pájaro azul en La Concha, soñando que, algún día, su cabellera cobriza se cubriría de barro en los inviernos de Atocha, campo ochentero por antonomasia. Y así fue. Con sólo 18 primaveras Xabi debutó en la Real Sociedad de San Sebastián, ciudad en la que la gente mira a los ojos, aprieta fuerte cuando dan la mano y llama a las cosas por su nombre. Ciudad tan bella por dentro como por fuera.

Después de unos años fogueándose en la primera plantilla, Xabi se hizo el líder del conjunto txuri urdin, a los que a punto estuvo de guiar hasta el campeonato liguero, en un subcampeonato que todavía hoy le hace sangrar. Su golpeo exquisito y liderazgo no habían pasado desapercibidos para los grandes de Europa. Mucho se habló de un posible traspaso al Real Madrid pero aún no había llegado el día de mudarse al barrio de la alegría, y el surtidor de Kovacevic y Nihat, partía rumbo al Cavern Club, a lomos de su yegüa sombría, con un paragüas en el hatillo.

A Liverpool llegó con aspecto de joven castor, ataviado con levi´s y reebok classic, con ganas de empaparse de los valores de la Union Jack. El fútbol vasco es muy british pero aquí los árbitros no permiten que los equipos del norte terminen de explotar la ventaja competitiva que les otorga el RH. De este modo maduró el imberbe estilista, a base de choques y peleas por balones divididos. Mientras el diamante se pulía, y su barba se cerraba, le dio tiempo a ganar una Copa de Europa, en 2005, en la remontada más épica del fútbol moderno, y a jugar otra final de Champions. Curtido en mil batallas, bajo la lluvia industrial de Liverpool, el Beatle que llegó con timidez al escenario, salió de la fábrica convertido en un Rolling Stone de etiqueta negra a lomos de un pura sangre.

2009, el Real Madrid, en plena reconstrucción, luchaba con medidas anticíclicas –a base de talonario- ante el albor de la dinastía culé que les trajo su mesías. Para ello, Florentino Pérez regresó con su esmoquin de monopoly pero sin bigote, formando una orquesta de cromos. Entre ellos, Xabi Alonso, que venía para ejercer de lo que ya era, un todocampista. En su primer año, más sombras que luces. El año de Alonso fue bueno pero el equipo fracasó una vez más. Apeados a las primeras de cambio en Copa del Rey y Champions y lejos del Barcelona en Liga. Ese año Xabi fue campeón del mundo con España, formando una dupla colosal con Busquets.

Tras el mundial, el hombre del traje gris aterrizó en la posada del fracaso, para devolver, después de 8 años sin primavera, el mes de abril a la casa blanca. La conexión con Mourinho fue plena desde el primer momento. El Madrid volvió a estar entre los mejores de Europa y empezó a engrasar la máquina para lo que vendría en el año Mou 2.0, el año en el que se vio el fútbol más explosivo que se haya visto jamás. Xabi lo definió como Rock and Roll y el copyright es suyo. Yo denomino ese año de fútbol como una película de Scorsese cuya producción duró 9 meses de pura intensidad y la claqueta en manos de una barba cobriza. Xabi decía que Pim Pam Pum y que pasen cosas. El guipuchi se erigió en la pieza imprescindible de este engranaje y se coronó como el centrocampista más completo de la historia, siendo el mejor stopper a la par que el mejor creador. Capaz de parar el juego del Barcelona de Guardiola a base de tesón, inteligencia y, por qué no decirlo, cojones. Capaz de nutrir a un depredador con un hambre voraz, por aquel entonces.  El Madrid batió el récord de puntos y goles en liga, fue robado descaradamente en la copa del Rey y la diosa fortuna les apeó de la final de Champions en una fatídica y cruel tanda de penalties.

El año pasado, cerró el círculo con la consecución de la ansiada “Décima”, tras 12 años de sequía blanca en Europa, realizando una eliminatoria memorable contra el favoritísimo Bayern. En la final no pudo jugar por sanción, pero nunca olvidaremos su sprint desde la grada en el gol de Bale, y decían que era lento!!!

Han sido gloriosos sus años como merengue. Un auténtico camaleón en el campo. Superclase con el balón, Hannibal Lecter sin él. A Xabi lo imaginamos en el papel de galán de Madison Avenue, a lo Don Draper, o ese dandy millonario que Woody Allen expone en sus escenarios más elitistas, rodeado de jardines y su Scarlett Johansson de turno. Pero también lo imaginamos como el mercenario irlandés que luchó junto a William Wallace. Porque Xabi es la kokotxa y el chuletón de buey, es la alfombra verde de Hyde Park y el barrizal mas fangoso de la trinchera, según disponga la batalla. Un líder, capitán sin brazalete, porque él prefiere quedar fuera del foco.

Esto en el campo, porque fuera de él Xabi es aún mejor. Como decía en las primeras líneas, un futbolista anómalo. Una persona familiar y discreta, sin vanidades, formada en todos los ámbitos culturales, un grandísimo compañero y amigo. Cerrcano, sin dobleces, pero con ese hermetismo de tipo del norte, que tarda en dar un paso pero cuando lo da es con firmeza y para no retroceder. Ese carácter es el que le ha dado la solera para ser el timón en todos sus equipos.


El chaval que soñaba en la concha, se convirtió en lord británico y terminó siendo madrileño castizo. Nadie como él ha entendido la cultura de club.  Cuando nos hemos enterado de su marcha, nos ha dejado el corazón arrugado, como cuando Pereza se separó o algún personaje carismático de ficción muere en una serie y deja un vacío irremplazable. Con su marcha, el Madrid pierde mucho o casi todo de ese señorío del que tanto alardean, pero sus Adidas Copa Mundial -que el tío tiene clase hasta para eso- seguirán dando magisterio allá donde vaya, regando los campos de caviar y etiqueta con su fútbol gran reserva. Su legado es muy grande, no sólo futbolístico. La palabra Honor en el fútbol cobra sentido por Xabi Alonso.

miércoles, 2 de abril de 2014

El cártel Simeone



Este año sí. Cuántas veces se habrá engañado la parroquia rojiblanca con estas palabras de autoayuda que, año tras año, el viento ha arrastrado como hojas secas en otoño. Una afición entrañable a la par que impertinente, que vive ahogada en su complejo de perdedor y en sus recuerdos, como ese doblete, que, de tanto mentarlo, se ha desgastado como la suela de un zapato. En los últimos años se han ganado títulos menores, celebrados de forma multitudinaria. Esto y la dinastía culé han sido suficientes para apaciguar el sentimiento de pupas, que en las dos últimas décadas se ha acentuado, deportiva e institucionalmente. 

La vuelta del glorioso empezó a fraguarse con Aguirre. El mexicano forjó un equipo sólido y rocoso, que disparaba con fuego valyrio (Kun y Forlán). Fue el que volvió a meter a los rojiblancos entre los primeros de la clase (Champions), pero la afición no tuvo paciencia, quisieron quemar etapas demasiado rápido y se cargaron un gran proyecto. Aguirre fue destituido. Con Quique no se hizo mala faena, hubo altibajos pero se volvió a ganar un título y ambos quedaron conformes.

Durante este trayecto hay que destacar la buena política de fichajes, algo parecido a lo que sucedió en Sevilla durante años. Cada vez que un buen delantero se ha ido, ha llegado uno que ha hecho olvidar al anterior. Torres, Forlán, Agüero, Falcao y Diego Costa, con el que creo que se ha tocado techo. Los grandes delanteros estaban ahí, pero faltaba algo más. El resto de jugadores no daban la talla, algunos por falta de calidad, otros por falta de mentalidad, muchos por ambos motivos.

Los altibajos continuaron con la llegada de Manzano, un entrenador trampa, con don de palabra y buena prensa pero que sumió en el pesimismo a los colchoneros, una vez más. El paso al frente seguía sin llegar. Manzano fue destituido y ahí apareció, para revertir la situación, la persona que encarna eso que Sabina llama “un sentimiento que no se puede explicar”. Y no me refiero sólo al espíritu atlético. Es muy poético eso de “alguien de la casa”, vende muchos periódicos y alimenta muchas tertulias deportivas. Enfatizo en este tema porque conocer la casa ayuda, sobre todo en la comunión con la afición, pero ser o no ser de la casa no te hace mejor o peor entrenador, véase Abel Resino.

Al ser atlético de corazón, el mensaje del Cholo ha calado mucho más en una afición que ha encontrado la horma de su zapato, ese zapato desgastado cuya suela ahora no tiene fin. Los resultados de Simeone en el Atleti no son por su condición de rojiblanco, son porque es un grandísimo entrenador, y tendrá éxito allá donde vaya.

Cuando el argentino llegó pocos apostaban por él, yo mismo era de los que se mofaba de ese amigo atlético que todos tenemos. Cogió un equipo roto y a base de mucho trabajo ha devuelto al equipo a la élite en un par de años. Detrás de ese trabajo hay un sentimiento corporativo de todos, algo parecido a lo que inculca Mourinho en sus equipos. El grupo es algo indivisible, las piezas suman un todo y el que no reme en la misma dirección no cabe en la barca (caso Adrián, el niño de pijama de rayas). Los buenos entrenadores son los que hacen mejores a los jugadores, y el cholo lo hace, lo hace con el que quiere trabajar y con el que sigue su doctrina, que ya es catecismo, el partido a partido.


El año pasado se atisbaba que el Atleti podía estar ahí, pero la poca profundidad de la plantilla les impidió seguir el ritmo frenético que imponían los dos poderosos al otro lado del muro, durante los meses de miércoles-domingo. Este año, Madrid y Barsa han bajado algo el ritmo y los guardianes de la noche no han descansado. Simeone ha demostrado una enorme capacidad táctica, a lo que ha sumado todo eso que ya tenía de jugador y que ha contagiado a los miembros de la familia. Hablo de raza, intensidad, agresividad, honor, lealtad. Con eso y con el talento de 2 jugadores superlativos se ha forjado un equipo familiar y temible a la vez, con alma de cártel de Tijuana. Es muy difícil particularizar con la temporada que están haciendo todos. La magia de Arda Turan, Filipe Luis, Raúl García, Gabi, Mario Suárez, Koke,  Tiago, Juanfran, Miranda, Godín, todos a un nivel excelso. Pero hay dos pilares sobre los que se sustenta este equipo inolvidable que ha reventado la barrera con los grandes a cabezazos, son Courtois y Diego Costa.
El belga es ya el mejor portero del mundo y si las aguas siguen su cauce, será de los mejores de la historia. Lo de Diego Costa merece un capítulo aparte en mi blog y no un capítulo cualquiera, un capítulo reservado para cuando brote la inspiración que Diego merece, inspiración que tengo seca como las hojas otoñales que arrastraba el viento hacia la desolación del paseo de los melancólicos, llenando la ribera del Manzanares de lágrimas, otrora de desolación, hoy de plena felicidad por ver al Atleti, un sentimiento que no se puede explicar, en la élite europea.

En mes y medio pueden pasar muchas cosas y es muy probable que este Atleti se vaya de vacío, en lo que a títulos se refiere, pero se irá de vacío dejando plenos de gratitud y orgullo a cada uno de los atléticos y a muchos de los aficionados de otros equipos que admiramos este fútbol visceral y añejo que propone el capo del cártel, fútbol sin espinilleras, de pantalón ceñido y medias bajadas, fútbol de barrio y de barro, fútbol de sangre, trinchera y balones mikasa, lejos del fúbol sala cursi con balón grande y césped cuasi artificial, más cercano al aficionado al golf, padel y puro de sobremesa de domingo que nos quieren vender desde las esferas dominantes de la camorra periodística


Que Bayern, Madrid y Barsa se aprieten los machos, el cártel Simeone anda suelto y no cejarán en su empeño hasta que su Atleti culmine la vuelta a la gloria con un título de los que valen, de los de equipo grande. Neptuno aguarda con el ceño fruncido, su tridente afilado, sin relajar un solo músculo, echando humo por la cabeza y sangrando por los ojos.  

miércoles, 15 de mayo de 2013

Dorian Gray




Verano de 1995. El mundo en general, y España en particular, vivía en el Mesozoico de la comunicación. Intentar explicar twitter a un crío de aquella generación -la mía- sería un escenario similar al que se encuentra Marty McFly volando en patinete. El sofoco estival se combatía con agua de mar o piscina, con un denominador común, el primero en tener el Marca en sus manos era el capo del lugar. Porque la vida tenía esas pequeñas grandes emociones. Ver una portada de Marca de Luis Infante Bravo o abrir un paquete de cromos era una sensación veraniega inenarrable.

El verano al que hago referencia, 1995, Valdano comenzaba su segunda temporada en el club de Concha Espina y las portadas de Marca apuntaban a un espigado argentino de largo recorrido que podría ocupar varias posiciones, aunque destacaba como carrilero. La directiva y Valdano, todo un lumbreras en materia de fichajes, decidieron fichar a Freddy Rincón y Juan Eduardo Esnáider, desestimando al espigado argentino. Ese argentino era Javier Zanetti, que vio truncado su sueño de vestir de blanco para terminar recalando en el Inter de Milán.

El Inter, un club sesentero en decadencia absoluta, fichaba con Zanetti al jugador más importante de toda su historia. No el mejor, pero sí el más importante. En sus primeros años, Zanetti comenzó a dar muestras de su potencial. Aunaba la sobriedad táctica de un lateral italiano en defensa y la capacidad ofensiva de un lateral brasileño en ataque. Sus condiciones físicas aún le hacen ser un lateral moderno, imagínense el impacto que supuso en los 90.

Pese a su gran rendimiento, el palmarés de Javier en su primera década en el fútbol europeo no fue muy copioso. Una copa de la UEFA (1998) con el Inter y una plata en los JJOO de 1996 con Argentina fue su lacónico bagaje. En la albiceleste también ha hecho historia –récord de internacionalidades- pero le quedará la espina de no ser convocado en los mundiales de 2006 y 2010, mundiales en los que a los argentinos les faltó mucho de eso que aporta Zanetti: Compañerismo, liderazgo, pundonor, raza. Este errante trayecto no hizo desistir al argentino, que seguía esparciendo la simiente. Con trabajo y paciencia llegaría la hora de cosechar.

2005 es el punto de partida. Una copa y una supercopa interista y el Calciopoli –caso de corrupción que salpicó a equipos como Fiorentina, AC Milan y, sobre todo, Juventus- dieron el pistoletazo a una nueva dinastía del Inter, una de las más prolíficas en la historia de la squadra nerazurra. 5 ligas, 4 copas, 4 supercopas, 1 Champions League y un mundialito de clubes en 5 años. Especialmente placentera fue la temporada que cerró el círculo, la 2009-2010, año en que el Inter, de la mano de José Mourinho, consiguió alzar Liga, Copa y Champions en lo que fue la mejor temporada de su historia. En la etapa del portugués, Zanetti fue el comodín del equipo, siendo utilizado en múltiples posiciones, debido a su polivalencia.
Y es que Zanetti, para los entrenadores, es el yerno perfecto en el terreno de juego. Es el chico que comenzó repartiendo periódicos, en bicicleta, para ganar unos dólares, que se ha convertido en ese padre de familia, que lleva a los niños al cole y les recoge después de trabajar, riega el jardín, pasea a los perros y prepara la barbacoa del domingo mientras sube al tejado a arreglar la antena. El chico de los recados de los comienzos supo esperar su momento y, ahora, es el padre sobre el que se sustenta la familia interista. Recuerdo una entrevista en la que Sergio Scariolo, fiel seguidor neroazurro, contaba como su hijo quería poner Eto´o o Sneijder a la camiseta del Inter pero él le obligó a serigrafiarla con el 4 de Zanetti mientras le decía “cuando seas mayor, lo entenderás”.
La marcha de Mourinho trajo consigo la debacle. Desde entonces, el Inter vive en depresión permanente, hasta el punto de quedar fuera de Europa para la temporada que viene. A lo que hay que sumar la peor de las noticias, la grave lesión del capitán en el tendón de Aquiles. Mucho eco ha tenido la posibilidad de su retirada pero los que seguimos y admiramos a Zanetti sabemos que seguirá dándole la vuelta a su inagotable reloj de arena, una y otra vez, y el cuadro, en el que su rostro va envejeciendo, seguirá escondido en el lúgubre desván, detrás de un espejo decrépito lleno de telarañas. Dentro de 5 meses, Zanetti cumplirá 40 años, espero que entonces la lesión no haya sido más que otro obstáculo en el camino del chico que repartía periódicos y continúe, al menos, una temporada más siendo nuestro Dorian Gray particular. Porque la lealtad de estos jugadores son los cimientos sobre los que se construyen los grandes equipos y a los nostálgicos, además, nos evocan a ese Mesozoico de la comunicación, a ese fútbol de barrio y de cromos, a esos Del Piero, Raúl, Giggs… Porque este Inter, cerrado por derribo, exige un corazón inquebrantable, sin arrugas, como el de este viejo Peter Pan, preparato per tutto, que diría su alma mater en los banquillos.


miércoles, 8 de mayo de 2013

The Lonely One


    
                           
     


     Hace más de 7 años que Florentino Pérez dio inicio, con su marcha, al mayor caos institucional que ha sufrido este club desde su origen, en 1902. Un grupo de jugadores, mimados y poco profesionales, llegaron a pensar que el Madrid vestía de blanco por un guiño de su presidente hacia ellos, que les quería hacer sentir más cerca de las noches ibicencas. Con este percal, Florentino fue devorado por las fauces de la prensa, dejando inconclusa su segunda legislatura.

     Años de cuarto menguante, sobre todo en el plano institucional, cubrieron el cielo de Chamartín de tal manera que a Florentino no le quedó otra que volver a un barco que ya había reflotado. El presidente salió de compras con su consigliere y fichó todo lo fichable para destronar a un Barcelona que parecía imparable. Para dirigir este equipo de Monopoly, il consigliere se sentó, en el asador de turno, con los estómagos más agradecidos de la prensa. Entre chuletón y chuletón se decidió que el elegido fuera Manuel Pellegrini, cuyo palmarés se limitaba a una semifinal de champions con el Villarreal. El vedetismo y las zonas VIP habían vuelto. Los jugadores seguían compartiendo Dom Pérignon con los periodistas, cargos del club seguían compartiendo mesa y mantel con la prensa y el Madrid volvía a hacer el ridículo, quedando en blanco ibicenco un año más.

    Florentino se remangó y decidió que no quería otra era galáctica. Contrató a un entrenador que había ganado 2 Copas de Europa y 6 de las últimas 8 ligas que había disputado en 3 países diferentes. Un entrenador disciplinado, directo, un camaleón dispuesto a adaptarse al medio como las especies que definía Darwin. En su discurso inicial se palpó la honestidad de este entrenador, que no prometió títulos, prometió trabajar sin descanso para lograrlos. Instauró su filosofía, basada en el trabajo y… el trabajo. Y a base de trabajar comenzaron a llegar los resultados.

     Para darle la bienvenida, el Barça, que seguía sin tocar techo, le dio un revolcón en liga. Aquel 5-0 hizo mucho daño pero sirvió para tomar impulso. En liga se hizo buen papel, pero un Barça más hecho y algún arbitraje evitaron el título. En Champions pasó algo parecido, aunque aquí hubo más de lo segundo que de lo primero. Se cayó en semifinales contra el Barça de De Bleeckere. La copa se ganó, 18 años después, en una demostración de fútbol total en la final contra el Barcelona. Una década después, el Madrid volvía a pelear por las 3 competiciones. Al finalizar la temporada, en una oportuna maniobra, el presidente se deshizo de su consigliere, que colisionaba frontalmente con la diligencia del de Setúbal.

     En su segundo año se realizó el fútbol más espectacular que ha visto un servidor.  Mourinho había inculcado su método y el equipo blanco fue un ciclón. Un equipo vigoroso, veloz, eléctrico, capaz de defender mejor que ninguno y hacer el box to box en 3 o 4 toques. Fútbol de autor. 100 puntos y 121 goles, 2 récords que tardarán en ser superados. En Champions, el Madrid acusó el esfuerzo titánico del clásico disputado entre los dos partidos de semifinales. Eso y la lotería de los penalties privaron al Madrid de otra merecida final. En Copa, el Barça de Teixeira Vitienes apeó a los merengues en cuartos de final, con 3 clamorosos penalties no señalados. Una temporada más el Madrid luchando por las 3 competiciones. De hecho, el triplete habría sido lo más justo. Todo esto mediante un fútbol excelso, dinámico y arrollador. 
Cuando Florentino Pérez regresó, desde la prensa se quiso vender el proyecto de Florentino y su consigliere como una superproducción cinematográfica. Ya sin el consigliere, el entrenador tomó las riendas de producción y convirtió la obra en la ansiada superproducción, digna del mismísimo Scorsese. Sentarse en el Bernabéu era como estar en la barra de un bar de los bajos fondos neoyorquinos, con el Tell Me  de los Rolling sonando de fondo, mientras, en la trastienda, un soplón es ajusticiado de un disparo en la sien. Porque eso era el Madrid del año pasado. Cuando la acción comenzaba, los acontecimientos se sucedían a velocidad de vértigo. Todo ello aderezado con una gran puesta en escena. Una combinación de fuerza, velocidad y talento que arrasaba a los rivales como el paso de un huracán. Rock & Roll de garaje La plantilla había asimilado los automatismos en el campo y fuera de él. La metodología del trabajo comenzaba a dar sus frutos. Se vislumbraba una nueva dinastía blanca, un equipo sin horizonte.

     Comenzaba el año tres de Mourinho con un nuevo triunfo, ante el Barça, en la Supercopa. Pero el ambiente comenzó a enturbiarse. La prensa deportiva, el mal endémico de este Madrid de pasarela del siglo XXI, no podía permitirse la estabilidad en el club. Ha infectado todas las esferas que rodean al club. El virus ha afectado incluso a jugadores que se consideraban de la guardia pretoriana del técnico portugués.
Habiendo recurrido a Scorsese para definir el juego del Madrid de Mourinho, es inevitable acordarse de Los Soprano de David Chase para hacer referencia a la prensa deportiva de este país. Unos tipos decadentes y casposos, cuyas tertulias deportivas se asemejan a las reuniones encabezadas por Tony Soprano en el Bada Bing, donde se decide cómo resolver los asuntos. La metodología del desprestigio. A base de negar la mayor, el mensaje de la prensa ha calado en las mentes débiles, que son mayoría en este país. El mensaje, falso, se ha instaurado y la herejía mourinhista se va apagando. Pero en esta batalla del desprestigio la prensa ha sido la auténtica desprestigiada. En tiempos de crisis, Clonazepam y circo, que diría el maestro Andrés. Mientras el pueblo esté entretenido, todo vale. Han convertido a The Only One en The Lonely One. A corto plazo se saben victoriosos, pero el tiempo da y quita razones y el nombre de José Mourinho, con o sin él en el equipo, volverá a ser coreado en ese campo. Puede que sean muchos o que sólo seamos unos pocos, pero lo haremos con la fuerza de los 300 espartanos de Leónidas en la batalla de las Termópilas.
No bajar los brazos en la superioridad, crecerse ante la adversidad y siempre llegar al objetivo a través del esfuerzo, ésas son las señas de identidad de todos los equipos de José Mourinho. Donde ha tenido jugadores buenos, ha jugado bien. Donde no los ha tenido, ha jugado menos bien, pero siempre ha ganado y siempre ha luchado por ganar.

     La pelota en el tejado de Florentino. Si Mourinho se queda, los condenados serán mostrados en plaza pública, como hacía el carnicero en Five Points. Si el presidente deja ir al portugués, pronto volverá a ser devorado por las fauces de Los Soprano, a los que les hace la boca agua un Madrid sin Mourinho. El Madrid volverá a ser Vanity Fair y volverá a ser gobernado desde los asadores fetiche de los directores de emisoras y periódicos de tirada nacional. Si Florentino permite esto, el déjà vu llegará pronto y se verá en una situación parecida a la que terminó con su mandato en 2006. Yo seré el primero en abandonarle, avisado queda.

jueves, 10 de enero de 2013

El hombre tranquilo




Conocen eso de “año nuevo, vida nueva”?.  Una falacia del tamaño del Annapurna. Así lo corrobora la pantomima que tuvo lugar el pasado lunes, en Zurich, y sus consecuecias ulteriores en la prensa amarilla de este decadente país.

Esta ceremonia vino a confirmar lo que ya sabíamos algunos, no todos llegan. Los “premios” aquí otorgados carecen de toda credibilidad. Hagamos un breve análisis con la cabeza fría.

En el once del año se encuentran jugadores como Íker Casillas, Gerardo Piqué y Dani Alves. Quieren hacernos creer que estos tres han hecho méritos para estar entre los once mejores del mundo en 2012. Dejando fuera a Lahm, Pepe y a cualquier portero en la élite, porque cualquier portero en la élite ha hecho mejor 2012 que Casillas. Lo peor es que hay casi unanimidad en el asunto. Decía Freud que “existen dos maneras de ser feliz, una es hacerse el idiota, la otra es serlo”. En nuestro país está de moda lo primero, aunque ser idiota sigue ganando por goleada.

Con el premio a mejor jugador del año, más de lo mismo. El año pasado, los números de Cristiano Ronaldo fueron mejores que los de Messi pero usaron el pretexto de que el Barcelona había ganado más títulos. Este año Messi sólo ha ganado la copa del Rey, pero no es inconveniente. No se engañen, aquí los que votan son los capitanes de las selecciones y los entrenadores. Es decir, votan lo que les da la gana, esos criterios no los marca nadie. Nuestro capitanísimo no ha votado a Messi entre los tres primeros y aquí nadie dice nada sobre los criterios que ha empleado. El propio Messi no ha votado a Cristiano entre los tres primeros, algo estúpido según sus palabras.  Lionel, tonto es el que hace tonterías,  eso decía la mamá de Forrest Gump. Se vota por simpatías  y en esta sociedad prefabricada ya sabemos que la falsa humildad siempre sentó mejor que la sinceridad.

Desde hace unos años, se ha sumado a este sainete un nuevo galardón. El de mejor entrenador del año. Un galardón para el que está nominado Pep Guardiola, inventor del fúpbol, algo que va mucho más allá del fútbol. Un Pep Guardiola que en 2012 ganó la copa del Rey. Dejando fuera de los nominados a Jürgen Klopp o Diego Pablo Simeone, entre otros entrenadores con más méritos que el filósofo en 2012. No contentos con el disparate de las nominaciones, el premio fue para Sir Vicente del Bosque, un hombre con títulos nobiliarios, afable, respetuoso, humilde y educado, un hombre que mima y cuida el fúpbol, el hombre tranquilo de John Ford. Ése es Vicente, al menos para la gente feliz de este planeta. Yo debo de ser idiota o infeliz, porque lo de hacerme el idiota no me va.

Puedo estar equivocado respecto al marqués pero no me parece tan humilde y sencillo un hombre que rechaza la insignia de oro y brillantes del club que le ha dado todo. La comparación entre Mourinho y Del Bosque como entrenador es odiosa, más aún como persona. La mayor virtud que puede tener una persona es la lealtad, un valor mucho más importante que la humildad, la educación o las buenas maneras, que, por desgracia, no están al alcance de todos. La lealtad es algo innato, algo de lo que puede presumir Mourinho y de lo que jamás sabrán espantapájaros como el marqués o el santo.
Íker, lealtad no es poner a pies de los caballos a compañeros débiles tras una derrota, lealtad no es ir al programa de radio, donde hay una campaña feroz contra tu entrenador y muchos de tus compañeros, a reírles las gracietas porque ocultan tu miserable estado de forma. 

Lealtad y Vicente del Bosque es mezclar agua con aceite. En su época de jugador, con su inconfundible aspecto de setentero, melena al viento y bigotazo, bien podría haber sido un soplón de la banda del libanés. Vicente es un hombre que, cuando llega a un sitio sucio, no ensucia pero tampoco limpia, que diría José María García. Un testaferro al servicio de la lacra periodística que nos gobierna, antiguamente denominado el cuarto poder.  Así es Vicente, un nihilista acomodado que trabaja un mes cada dos años, que no habría sido nadie lejos del paraguas del Madrid de los galácticos y de una generación de jugadores que hicieron leyenda a Luis Aragonés, otro mito que, en más de 30 años como entrenador, había ganado la friolera de 4 copas del rey y una liga, ojo. Otro con valores, que llamó "negro de mierda" a Henry y cogió de la pechera a Eto`o, imagínense que hace eso Mourinho.

La prensa, lejos de informar, escribe el guión a su antojo, utilizando la selección española y sus valores como ariete para derribar la fortaleza blanca. El aficionado del Madrid, mero espectador , secunda lo que le dicta el primer poder, para eso están, para educar a la plebe.

La conclusión de todo esto es que da igual lo que hagan Mourinho y Cristiano Ronaldo en los próximos años.  Los clichés están ahí. Recurriendo a otra sentencia de Freud “La inmortalidad significa ser amado por mucha gente anónima”. Eso sigue pasando, sólo que en tiempos de Freud tenía mucho más peso ser amado por mucha gente anónima, mayormente por el deleznable criterio de la actual masa social adormecida. Según Freud los inmortales serían Casillas, Del Bosque, Guardiola, Messi y demás ñoñería. Eso sí, mientras esas masas, alienadas al primer poder, van y vienen, el que guarda lealtad a Mourinho siempre estará ahí, si no que pregunten por Stanford Bridge o por el Giusseppe Meazza los de la encuestita de sigmados.