Hace más de 7 años que Florentino Pérez dio inicio, con su
marcha, al mayor caos institucional que ha sufrido este club desde su origen,
en 1902. Un grupo de jugadores, mimados y poco profesionales, llegaron a pensar
que el Madrid vestía de blanco por un guiño de su presidente hacia ellos, que
les quería hacer sentir más cerca de las noches ibicencas. Con este percal,
Florentino fue devorado por las fauces de la prensa, dejando inconclusa su
segunda legislatura.
Años de cuarto menguante, sobre todo en el plano institucional,
cubrieron el cielo de Chamartín de tal manera que a Florentino no le quedó otra
que volver a un barco que ya había reflotado. El presidente salió de compras
con su consigliere y fichó todo lo fichable para destronar a un Barcelona que
parecía imparable. Para dirigir este equipo de Monopoly, il consigliere se
sentó, en el asador de turno, con los estómagos más agradecidos de la prensa.
Entre chuletón y chuletón se decidió que el elegido fuera Manuel Pellegrini,
cuyo palmarés se limitaba a una semifinal de champions con el Villarreal. El
vedetismo y las zonas VIP habían vuelto. Los jugadores seguían compartiendo Dom Pérignon con los periodistas, cargos del club seguían compartiendo mesa y mantel con la
prensa y el Madrid volvía a hacer el ridículo, quedando en blanco ibicenco un
año más.
Florentino se remangó y decidió que no quería otra era
galáctica. Contrató a un entrenador que había ganado 2 Copas de Europa y 6 de
las últimas 8 ligas que había disputado en 3 países diferentes. Un entrenador
disciplinado, directo, un camaleón dispuesto a adaptarse al medio como las
especies que definía Darwin. En su discurso inicial se palpó la honestidad de
este entrenador, que no prometió títulos, prometió trabajar sin descanso para
lograrlos. Instauró su filosofía, basada en el trabajo y… el trabajo. Y a base
de trabajar comenzaron a llegar los resultados.
Para darle la bienvenida, el Barça, que seguía sin tocar
techo, le dio un revolcón en liga. Aquel 5-0 hizo mucho daño pero sirvió para
tomar impulso. En liga se hizo buen papel, pero un Barça más hecho y algún
arbitraje evitaron el título. En Champions pasó algo parecido, aunque aquí hubo
más de lo segundo que de lo primero. Se cayó en semifinales contra el Barça de
De Bleeckere. La copa se ganó, 18 años después, en una demostración de fútbol
total en la final contra el Barcelona. Una década después, el Madrid volvía a
pelear por las 3 competiciones. Al finalizar la temporada, en una oportuna
maniobra, el presidente se deshizo de su consigliere, que colisionaba
frontalmente con la diligencia del de Setúbal.
En su segundo año se realizó el fútbol más espectacular que
ha visto un servidor. Mourinho había
inculcado su método y el equipo blanco fue un ciclón. Un equipo vigoroso,
veloz, eléctrico, capaz de defender mejor que ninguno y hacer el box to box en
3 o 4 toques. Fútbol de autor. 100 puntos y 121 goles, 2 récords que tardarán
en ser superados. En Champions, el Madrid acusó el esfuerzo titánico del clásico
disputado entre los dos partidos de semifinales. Eso y la lotería de los penalties
privaron al Madrid de otra merecida final. En Copa, el Barça de Teixeira
Vitienes apeó a los merengues en cuartos de final, con 3 clamorosos penalties no
señalados. Una temporada más el Madrid luchando por las 3 competiciones. De
hecho, el triplete habría sido lo más justo. Todo esto mediante un fútbol
excelso, dinámico y arrollador.
Cuando Florentino Pérez regresó, desde la prensa se quiso
vender el proyecto de Florentino y su consigliere como una superproducción
cinematográfica. Ya sin el consigliere, el entrenador tomó las riendas de
producción y convirtió la obra en la ansiada superproducción, digna del
mismísimo
Scorsese. Sentarse en el Bernabéu era como estar en la barra de un
bar de los bajos fondos neoyorquinos, con el
Tell Me de los Rolling sonando de
fondo, mientras, en la trastienda, un soplón es ajusticiado de un disparo en la
sien. Porque eso era el Madrid del año pasado. Cuando la acción comenzaba, los
acontecimientos se sucedían a velocidad de vértigo. Todo ello aderezado con una
gran puesta en escena. Una combinación de fuerza, velocidad y talento que
arrasaba a los rivales como el paso de un huracán. Rock & Roll de garaje La plantilla había asimilado
los automatismos en el campo y fuera de él. La
metodología del trabajo
comenzaba a dar sus frutos. Se vislumbraba una nueva dinastía blanca, un equipo
sin horizonte.
Comenzaba el año tres de Mourinho con un nuevo triunfo, ante
el Barça, en la Supercopa. Pero el ambiente comenzó a enturbiarse. La prensa
deportiva, el mal endémico de este Madrid de pasarela del siglo XXI, no podía
permitirse la estabilidad en el club. Ha infectado todas las esferas que rodean
al club. El virus ha afectado incluso a jugadores que se consideraban de la guardia
pretoriana del técnico portugués.
Habiendo recurrido a Scorsese para definir el juego del
Madrid de Mourinho, es inevitable acordarse de
Los Soprano de David Chase
para hacer referencia a la prensa deportiva de este país. Unos tipos decadentes
y casposos, cuyas tertulias deportivas se asemejan a las reuniones encabezadas
por Tony Soprano en el
Bada Bing, donde se decide cómo resolver los asuntos. La
metodología del desprestigio. A base de negar la mayor, el mensaje de la prensa
ha calado en las mentes débiles, que son mayoría en este país. El mensaje, falso, se ha
instaurado y la herejía mourinhista se va apagando. Pero en esta batalla del
desprestigio la prensa ha sido la auténtica desprestigiada. En tiempos de crisis,
Clonazepam y circo,
que diría el maestro Andrés. Mientras el pueblo esté entretenido, todo vale. Han convertido a
The Only One en
The Lonely One. A
corto plazo se saben victoriosos, pero el tiempo da y quita razones y el nombre
de José Mourinho, con o sin él en el equipo, volverá a ser coreado en ese
campo. Puede que sean muchos o que sólo seamos unos pocos, pero lo haremos con
la fuerza de los
300 espartanos de Leónidas en la batalla de las Termópilas.
No bajar los brazos en la superioridad, crecerse ante la
adversidad y siempre llegar al objetivo a través del esfuerzo, ésas son las
señas de identidad de todos los equipos de José Mourinho. Donde ha tenido
jugadores buenos, ha jugado bien. Donde no los ha tenido, ha jugado menos bien,
pero siempre ha ganado y siempre ha luchado por ganar.
La pelota en el tejado de Florentino. Si Mourinho se queda, los condenados serán mostrados en plaza pública, como hacía
el carnicero en Five Points. Si
el presidente deja ir al portugués, pronto volverá a ser devorado por las fauces
de Los Soprano, a los que les hace la boca agua un Madrid sin Mourinho. El
Madrid volverá a ser Vanity Fair y volverá a ser gobernado desde los asadores
fetiche de los directores de emisoras y periódicos de tirada nacional. Si
Florentino permite esto, el déjà vu llegará pronto y se verá en una situación
parecida a la que terminó con su mandato en 2006. Yo seré el primero en
abandonarle, avisado queda.